¿Qué culpa tendrán los aliens?

•noviembre 30, 2011 • Deja un comentario

Los que piensan que ya lo escucharon todo o que este 2011 musicalmente hablando ya había bajado la persiana, deberían escuchar el disco nuevo de Fito Páez que acaba de salir este martes, «Canciones para Aliens» (?????). Versiones «desopilatorias» de clásicos que van desde Verdi, Serrat… hasta Paquita la del Barrio (la Aretha Franklin de la canción ranchera mexicana -dicho sin ironías-). De esta nueva e incomprensible producción aquí les comparto la versión proto punk -con todo y mariachi- del megaclásico por excelencia de la Paca, para que hagan ustedes lo que quieran con la reputación de mi paisano. Y deseo que Cerati vuelva cuanto antes del coma, porque a éste ya también lo perdimos…

Una pared que no llega ni a barda…

•noviembre 17, 2011 • Deja un comentario

Leo con cierta flojera que Roger Waters regresará a México con su puesta en vivo de The Wall, y a partir de eso, me puse a sacar algunas conclusiones respecto al asunto.

Sin restarle un ápice de admiración e incluso cariño a uno de los próceres por excelencia del rock, he de confesar que a mi modesto entender, el circo itinerante de Roger Waters y su pared de ladrillos ya se convirtió en una carísima parodia de The Wall; en algo más propio de un mero concepto de entretenimiento V.I.P. al estilo del Cirque Du Soleil, que en el manifiesto que en su momento fue y que, también en lo personal, impactó en mi vida como pocas cosas. No hubiera estado mal una serie de presentaciones, como evento, como happening -de lujo, obviamente-, como tónico para la memoria, como recordatorio de cosas que hoy, en medio de la parafernalia de todo lo que comienza con «I» (pad, pod, phone y derivados) y que de alguna forma es también un muro que nos aisla y nos contiene, tergiversando el uso que una tecnología maravillosa nos puede proveer, nos recuerde que la vida de verdad está ahí fuera, que el medio no es el mensaje. Pero lo de Waters ya se convirtió en lo que fue el Elvis de Las Vegas: una caricatura; un cheque al portador -es decir, al mismísimo Waters, que porta y lleva su pared de aquí para allá, que ya va camino de dos años de repetirse una y otra vez, para que el show de la pared subiendo y luego bajando sepulte bajo sus escombros el mensaje de verdad, que ya nadie escucha y que pocos entienden o quieren entender. Ahora se trata de romper records, de ver cuántos estadios de River en Buenos Aires, o cuántos Foros Sol en ciudad de México. Y la pared cada vez más alta.

Asqueados del «mainstream», de los estadios, de la gente que no escuchaba por pedir el único hit radial de Pink Floyd «Money» (al punto que habían decidido que fuera la primera canción de sus presentación, lo que de poco sirvió porque la gente, según textuales palabras de su guitarrista Dave Gilmour, «seguía jodiendo para que la volviéramos a tocar una y otra vez»), el grupo empezó a hacer feroces críticas hacia el sistema,  a enfocarse cada vez en el concepto de «alienación», a señalar con dureza todo intento de adoctrinamiento, desde la educación formal, los fenómenos de masas y la comercialización exagerada de todo. Los cuatro discos que van desde el glorioso «The Dark Side Of The Moon» hasta «The Wall» (en donde Waters ya había roto el equilibrio de la banda asumiendo el liderazgo conceptual de la obra y el mayoritario de la lírica) son una brutal condena a todo eso. Hasta la propia película de Alan Parker, por mucho que Waters le reclamara falta de apego a las ideas centrales del concepto que él mismo ideó, potenció todo aquel despreció y convirtió a la película en un manifiesto visceral que le costó años de censura en muchos países.

Hoy todo aquello, aún con las mismas canciones, la misma pared -incluso tecnológicamente mejorada- y los mismos soportes audiovisuales, son apenas un souvenir de lo que el grupo plasmó a fines de los ’70. No por nada la banda -y ahora vamos entendiendo porqué- tiene encerrado bajo siete llaves el video que contiene una de las presentaciones -fueron siete en total- que la banda hizo en directo de «The Wall». Hace once años, en 2000 la editaron en disco, pero el DVD -ya Blue Ray, hasta eso se les pasó, la era del DVD- más esperado de un concierto en toda la historia de la industria musical sigue guardado. Los pocos miles de espectadores que presenciaron aquellos épicos conciertos no son suficientes para poner en evidencia lo poco que aporta Waters como solista a la leyenda de «The Wall». Y el mismo Waters quiere sacarle a la vaca toda la leche posible -incluyendo seguramente el DVD -BlueRay- del tour, para que dentro de unos años, varios años, recién salga a la luz el verdadero muro, el que mantenía cierta congruencia con su mensaje, el que construyeron sólidamente los mejores cuatro que hubo después de Los Beatles -Waters, Gilmour, Right, Mason-.

Mientras tanto, Roger Waters seguirá explotando su creación y vaciándola de contenido, desgastándola y haciéndola un juguete del mismo sistema que critica, multiplicando los millones que satanizaba en «Money» y haciendo -literalmente- cascajo y escombros con lo que quedó de aquella pared que hoy se agranda con la edición remasterizada de la discografía de Floyd y que pese a los millones que también le va a permitir facturar, pone en evidencia que nunca podrá superar o siquiera igualar lo que hizo con sus tres compañeros.

No digo esto sin cierta pena. Siempre -o casi- preferí a Waters sobre Gilmour. Pero de un tiempo largo a esta parte he preferido el perfil bajo y musicalmente más mesurado, maduro y menos comercial del guitarrista, que ha editado algunas de las mejores cosas que he visto en vivo en mucho rato. Gilmuor podría multiplicar su fortuna por ocho si quisiera rearmar Floyd, con o sin Waters y aún sin su amigo y compañero Rick Wright, fallecido hace poco. Pero, por las razones que sea, elige no hacerlo.

Pink Floyd fue una de las mejores bandas del universo, junto con Los Beatles, Zeppelin, Queen, los Who y los Stones. Y nada como los viejos disco -y ya no tan viejos, con la oleada de remasterizaciones que aparecieron y seguirán apareciendo-. Recomiendo encarecidamente conocerlos, repasarlos, incluso hacerse fan de ellos. Y si quieren emocionarse con un buen espectáculo, vayan a ver Ovo del Cirque Du Soleil o el Love de Los Beatles, también del Cirque. Igual de caro, pero original, soberbio. Porque este montaje de «The Wall» es un autoplagio, un sarcasmo, una burla al propio mensaje de la obra. Algo tan sincero como la sonrisa de una prostituta.

Y escuchen el original del ’79 o la edición en vivo de 2000 («Is There Anybody Out There?»), me lo van a agradecer.

Manifiesto

•junio 11, 2010 • Deja un comentario

Yo sí voy a ver el Mundial. Lo digo quizás sin gloria, pero también sin pena. Y si el trabajo me lo permite, pienso ver todos los partidos, incluso los más inauditos, aquellos que despiertan la más sincera y dolida solidaridad con el sufrido balón de turno, ya sea por lo mal que lo tratan o por la indiferencia con que lo evitan. Y si hago esta declaración a escasas horas de iniciarse este megamontaje de la FIFA, es porque estoy harto de los pesudointelectuales que se rasgan las vestiduras en nombre del sentido común y de las buenas costumbres y salen a tratar poco menos que de orates o idiotas a todos aquellos que disfrutamos sobria o etílicamente (cada quien su gusto, o mejor, su pedo) de esos 30 días del deporte que más nos gusta, vamos, que nos apasiona. Ni soy un idiota, ni me manipula Televisa (o Fox Sport o póngale el lector el nombre de la cadena que guste), ni el gobierno va a aprovechar mi larga menstruación futbolera para hacer las cochinadas de turno y verme la cara con algún impuesto nuevo o con la gasolina más cara. En todo caso, me la seguirá viendo como siempre, ni más ni menos. No me voy a alienar, ni voy a dejar de leer los seis periódicos que leo por día (tres de Argentina, tres de México), ni voy a postergar mis dos o tres libros semanales, ni voy a dejar de escribir ni armar mis cursos, platicas, conferencias, ensayos y todo lo que -mucho o poco- habitualmente hago. No voy a dejar de comer, de bañarme, de jugar con mi bebé ni de atender mis responsabilidades maritales. A fin de cuentas, la mayoría, sino todas las cuestiones que enumeré se pueden llevar a cabo en la periferia del televisor (todavía no resuelvo lo del baño, pero sigo trabajando en el asunto). Pero el punto es que, sí, voy a ver el Mundial. Y no voy a dejar de ser quien soy, para bien o para mal. Me gusta, lo disfruto, sobre todo desde que nuestros pobres clubes (países) no pueden  retener a sus mejores jugadores, forjados a cielo abierto en potreros miserables, repletos de promesa de gloria, muchas veces cumplida. Desde que esa realidad nos niega el chance de ver a nuestros héroes en nuestras canchas, quedándonos apenas los despojos lastímeros de pobres prospectos de ídolos que pasean su triste figura por estadios desolados, digo, desde entonces ya se ha vuelto imposible ver un partido de una liga local, sin añorar lo que alguna vez vimos en directo y bien vivo: la magia de los grandes, de los más grandes, desafiando la gravedad y la física sin físicos esculturales entallados en Versace, puliendo una pelota en el aire con un taco o una cabeza, con una bicicleta o una rabona, sin miedo a despeinarse. De aquello, que hoy sólo vive en la nostalgia, están vacías nuestras canchas y nuestras retinas. Por eso es que voy a ver el Mundial, con el corazón de hincha que reposa cuatro años envuelto en la camiseta de River que Laura me regaló, para recordarme que la patria pudo haber quedado atrás, pero el barrio no.
A los que hayan entendido algo de todo lo que escribí y compartan algo de este divague, buen provecho! Al resto, no se tomen la vida tan en serio, no somos imbéciles, nadie nos manipula ni nos lava el cerebro, las conspiraciones peligrosas son mucho más grandes y sutiles que un campeonato de futbol y no me descuido de ellas. Lo único que me sacan Televisa y la FIFA es mi mensualidad del cable, y no tienen que mentirme para que se las pague. Lo hago con gusto y conciencia. La Coca Cola la compro hace años y la canción de Shakira, aunque sea un chicle, la bajé de internet. Y con Mundial o sin Mundial la gasolina va a subir igual.
No voy a resignar ni una sola neurona para que me brote el corazón. Ya lo viví antes y sé que no es necesario. Que no pasa nada. En este mes festejaré más cosas que de costumbre y me haré malasangre más que de costumbre. En el balance voy a quedar tablas… ¿y? Pero al menos no voy a dejar que el aburrimiento que hace estragos por la vida de unos cuantos que se escandalizan por ver a 22 millonarios corriendo detrás de una pelota se haga cargo de mi vida. Me voy a quedar afónico tres o cuatro veces, voy a reir unas cuantas, y de alegría o de rabia voy a llorar algunas más, algunas menos. Nada que necesite de un Mundial para manifestarse, claro, me empacho de esas cosas toda vez que quiero, pero nada que tenga que prescindir de nada también para expresarse, para expresarme. El día que me deje de apasionar por pequeñas cosas como estas será porque también las cosas grandes me vienen valiendo madres.
El tema, lo que quiero decir es, vamos a empezar a buscar excusar para pasarla un rato bien, sin ser irresponsables de nada, sin hacer la vista gorda de nada, sin sospecharnos cómplices de nada, en suma, sin culpas de ningún tipo. Dentro de un mes todo va a seguir igual, por eso sería bueno que nos pase algo distinto un rato, aunque no sirva para nada servirá para algo. El día que haya que buscar excusas para pasarla bien, le habremos ahorrado mucho trabajo al gobierno y a todas las conspiraciones juntas, porque nos habremos jodido solos…
Feliz Mundial y que gane el mejor…

Lo mejor y lo peor del 2009

•enero 24, 2009 • 1 comentario

Sí, el estimado lector leyó bien. Y no fue un dedazo mío. Lo mejor y lo peor del 2009 ya se empieza a perfilar, cuando todavía no acaba el primer mes del cero nueve. Porque posiblemente el mejor disco del año vea la luz antes que termine enero (eso de que verá la luz es metafórico: el disco ya se puede descargar ilegalmente desde decenas de páginas, gracias a esa página de Pandora llamada Rapidshare). Y me refiero al nuevo trabajo de Bruce Springsteen, «Working On A Dream». Tremendo disco, lo mire por donde se lo mire. Es realmente fantástico que una troupe de casi sesentones (me refiero al combo completo de la E Street Band que en este milenio decidió regresar con el Jefe después de diecisiete años de separación) pueda sonar con esa vitalidad y esa energía, y creérselo y hacernoslo creer, a diferencia de los descarados Stones, que van en camino de establecer el record insuperable de acumular treinta años sin sacar un excelente disco de estudio (el último fue Tatoo You, del … 81!!!!) y veinte sin siquiera uno medianamente bueno (como el Steel Wheels del ’89). Pero volviendo al bueno de Bruce, no puedo dejar de recomendar su todavía inédito disco nuevo (sale el día 29) que, al igual que legión de seguidores, ya he escuchado. Oir los cuatro primeros temas ya invita a apagar el reproductor por miedo a desilusionarse con lo que sigue. Es tremendamente difícil que un disco arranque tan bien y que termine igual, pero Springsteen lo consigue. Y ratifico: va para disco del año. RollingStone ya lo premió con su máxima calificación, cinco estrellas, es decir, disco «clásico», privilegio que ni Bob Dylan alcanzó con su último disco de la serie «bootleg» el año pasado (se quedó en cuatro y media).

Lástima que en materia de creación no aplique el criterio que dice que dos cabezas piensan más que una y que llevaría a la conclusión que entonces cuatro deberían ser imbatibles. Pero no. Debe ser por eso que Los Beatles siguen siendo insuperables, porque son la excepción que confirma la regla. Y si no, veamos (o mejor, escuchemos) el nuevo sencillo de U2, «Get On Your Boots», que sin el menor remordimiento ya puede competir como peor canción del año. Un pastiche electropop que ni siquiera está a la altura de los ya de por sí discutibles, pero dignos experimentos electrónicos del «Pop» de 1997. Cayendo por momentos en el autoplagio, uno termina extrañando esa porquería adolescente (y por tanto patética, viniendo de señores que ya se arriman al medio siglo de vida) que fue «Vértigo», pero que por lo menos tenía chiste y era pegadizo. Si hasta empieza la canción y uno espera que Bono escupa su ridículo «1…2…3… 14!» en cualquier momento. Casi casi un deja-vu, así el tamaño del autorobo. Inmediatamente después de esa molesta remembranza que introduce al tema, sigue un guiño inentendible al Queen de sus peores discos (los últimos) en un puente vocal (y coral) que nadie sabe qué hace ahí, al comienzo de la canción. Otros guiños que remiten a Radiohead en el riff de guitarra que entra y sale de la canción (banda que por cierto y por el contrario, ha ido creciendo en proporción directa a la decadencia de U2) y un estribillo que está entre lo más flojo y mediocre que los irlandenses han elucubrado a lo largo de toda su carrera. Me atrevería a decir, que «Get On Your Boots» es por lejos, el sencillo más flojo en la historia de la banda. No pierdo la fe. U2, con excepción de «With Or Without You», nunca presentó un album con la mejor canción como sencillo de lanza. Ojala aquí se repita el axioma y el disco esté mucho, mucho mejor que esta mala canción. De U2 ya no espero más que malas noticias y a lo mejor eso es lo mejor, que con poco me pueden dejar satisfecho. En algunas semanas más, cuando se edite el disco nuevo (que para colmo, ya tiene una denuncia por plagio de la portada) podremos opinar. De momento, el mejor disco y la peor canción del 2009, ya tienen nombre. A ver quién los desbanca…

U2, «Get On Your Boots»

Forty

•octubre 6, 2008 • 1 comentario

Si veinte años no es nada, cuarenta es algo así como una nada al cuadrado. Y si no al cuadrado, al menos por dos. Pero viéndolo de otro modo, bien podría significar la mitad de una vida (si uno piensa que por los arrabales de los ochenta andan personajes tan entrañables y respetables como un García Márquez, un José Saramago, un B.B. King). Aunque no es menos cierto que también cuarenta marcó el punto de llegada de algún John Lennon, a quien por cierto le fue mejor que a Elvis, que se quedó en la antesala. El caso es que jamás celebro mis cumpleaños. Nunca le encontré motivo a tan insignificante efemérides, pero el número impone. 40. Quiero encontrarle algún simbolismo que seguramente no tiene, pero el cero impone, es como un nivel superior en el videojuego de siete vidas sin game over que vengo perpetrando desde que mi madre se deshizo de mi después de nueve meses (casualmente hace cuarenta años también). Y en esta, mi última tarde al frente de mis treinta y nueve, me acerco al abismo de una inminente quinta década (porque contra lo que todos piensan, el 40 no es un comienzo, sino un fin… las cuatro décadas ya las viví, ya las viviste, estamos?) y da como cierta cosa atreverse a imaginar lo que vendrá. No miedo, entiéndase. Cosa. Eso. Cosa. Como sea, agradezco enormemente la deferencia de mi gran amigo (algún día contaré cómo nos conocimos) Bob Dylan, que como pagana forma de celebración del onomástico de quien considera unos de sus mejores amigos y críticos (ah qué caray como me cuesta delegar en la oscuridad del teclado mi natural modestia), decidió lanzar su nuevo disco este 7 de octubre. Hubiera estado mejor que me lo regalara y me evitara la pena de bajarlo de internet, pero así es Bob. Genial, imprevisible, distraído, al punto que si le preguntas por mí es capaz de salir con que no me conoce. 40. Ni más ni menos. Ni mejor ni peor. Ni aquí ni allá. Ni chicha ni limonada. Apenas 40 y ya 40. Cómo se pasa la vida. Y no sólo la mía. A veces me gustaría volver, pero no sé de dónde. Y eso es un requisito inapelable: tener un lugar, un tiempo, un loquesea de donde volver. Y luego, volver a qué, si nada más queda (como dice la canción). 40. Acabar con la inercia del treinta y… que fue parte del soundtrack verbal de mis presentaciones cada que me preguntaron la edad durante estos últimos diez años y al que sólo le tenía que ajustar el último dígito cada doce meses. Pero no el número entero, no jodas. Debo muchas gracias y mil perdones. Ha quedado mucha gente en el camino, mucha más de la que duele, mucha menos de la que hubiera querido. Como hubo y hay gente que llegó y que no nos quiere cambiar (como dice otra canción). A esa gente, también gracias. Soledad no rima con cuarenta. Nunca rimó con nada. Gracias porque por ellos (y por ella), lo que sigue valdrá la o las penas. Nos vemos a los 80.

Mariano

Tibet

•marzo 24, 2008 • 2 comentarios

God Dylan

•marzo 24, 2008 • 1 comentario

«Damas y caballeros, den por favor la bienvenida al poeta laureado del rock’n roll. La voz de la promesa de la contracultura de los ’60. El tipo que metió al folk en la cama con el rock; el que se maquilló en los ’70 y desapareció dentro de la neblina del abuso de sustancias; el que emergió para encontrar a Jesús; el que fue considerado como un «ha sido» a finales de los ’80 y que repentinamente cambió engranajes para comenzar a producir alguna de la música más poderosa de su carrera a finales de los ’90. Damas y caballeros, el artista de Columbia Recordings… Bob Dylan»

Con estas palabras, el guitarrista y crítico de rock de The Buffalo News Jeff Miers, definió sintética, pero precisamente a Bob Dylan, allá por el 2002, sin tener idea que el aludido habría de identificarse tanto con ese epitafio en vida esculpido en el mármol de su leyenda, como para utilizarlo de obertura en sus conciertos a partir de ese entonces.

Pero, introducciones pretenciosas o no al margen, ¿quién es Bob Dylan? Nadie, posiblemente ni el mismo Robert Zimmerman sabe quién es ese personaje que apareció en New York hace casi cincuenta años, tan solitario como hoy mismo se aparece en cualquier sitio al que le plazca ir, sea un gimnasio en donde boxear un rato sin que nadie lo reconozca o una estación de metro en pleno centro de la ciudad más grande y desquiciada del mundo. Da igual. El mismo lo ha dicho en algún disco («You may call me Bobby, you may call me Zimmy»). Cada quien le pondrá el nombre que quiera, pero nadie sabe ni sabrá jamás quien es Bob Dylan.

 

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Borges

•marzo 23, 2008 • Deja un comentario

«Qué época rara aquélla. Había dioses o las personas se creían dioses. Están crucificando a unos hombres; uno le dice a otro que es un dios; el otro le cree; el primero le dice que esa noche estarán juntos en el cielo. Y, te das cuenta, la burla. La inscripción: Rey de los judíos. Y los soldados jugando a los dados. Y el que lo traiciona es el que le da el beso. Todo eso escrito en unas pocas líneas –uno escribiría páginas y páginas– y allí están, los mejores detalles circunstanciales, la historia más extraordinaria, contada al pasar. ¿Y qué me decís de las últimas palabras? «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» En ese momento comprendió que no era dios ni nada: un hombre muriéndose. Y esas palabras las registran quienes quieren probarnos que era un dios. Todo es rarísimo.»

Jorge Luis Borges (citado por Adolfo Bioy Casares en «Borges», pags. 196-7)

Nota: agrega Bioy, de manera inmediata y quizás para salvar la memoria de su amigo de la hoguera de los inquisidores que seguramente se le echarían encima ante semejante comentario sin tener conocimiento del sentido del humor que el ciego genial solía exponer de manera tan mordaz y a veces cruel, lo siguiente: «Alguna vez Borges me dijo: ‘Si uno compara la Biblia con los otros libros hebreos puede llegar a creer que fue escrita por el Espíritu Santo. Es el único libro inspirado.'»)

-M-

Ingrid

•marzo 3, 2008 • 2 comentarios
– 

De la selva cómplice, cautiva
regresarás con vida
para olvidar sin olvido a los que olvidan
que no se puede ser héroe y asesino.

Mariano

 

Betancourt.info

 

Bob Dylan en México – Like a Mexican Stone

•febrero 26, 2008 • 2 comentarios

Qué esperar de alguien que lo ha inventado todo? Cuáles pueden ser las expectativas acumuladas durante treinta años -piedras que ruedan más o menos- de espera y que motivaron a quien suscribe a nombrar con el apellido artístico del mito, al menor de sus hijos?

La cita está prevista para dentro de unas tres horas. De hecho, esto lo escribo para hacer algo con mi callada ansiedad, en lo que me alisto para salir hacia el Auditorio Nacional de la Ciudad de México.

Voy a ver a Bob Dylan. El mismo que reinventó la música popular (no populachera) junto a Los Beatles, hace más de cuarenta años. Más aún, el que le mostró a Los Beatles lo que tenían que hacer, al punto que John Lennon le robó todo, absolutamente todo, cuando compuso e interpretó la obra maestra de «Help», «You’ve Got To Hide Your Love Away». El que cautivó a George Harrison, al extremo de convertirse en el único gurú occidental que el místico beatle tuvo en toda su vida, y que le regresó el favor, como buen alumno, al ficharlo como parte fundamental de los gloriosos y ya también legendarios Traveling Wilburys, allá, en el poniente de los ’80.

Voy a ver un concierto que no me despierta expectativas. Aclaro: Dylan, en su interés perenne de desmitificar lo indesmitificable (él mismo), cambia, a veces hasta lo irreconocible, sus propias canciones. Las ha llegado a destrozar. No interactúa con la gente. No habla. Ni siquiera sus músicos saben cuál será la siguiente canción que al jefe se le ocurrirá interpretar. Hace lo que quiere. Literalmente. Seguramente sus mejores versiones, en vivo y en estudio, ya han sido tocadas y registradas y forman parte de los cien discos, oficiales y piratas, que tengo en mi iPod y en mi vida. Pero de la misma forma en que no fui hace quince años a ver a Paul McCartney como quien va a ver a un músico sino a un símbolo, a una historia, a una leyenda, a un conjunto de rastros traducidos en canciones que durante dos horas me llevaron de regreso a mi pasado, a mis lugares y seres queridos y perdidos, a mis viejos y no tan viejos ideales y utopías… así mismo veré esta noche al viejo Bob.

No sé qué voy a buscar, no sé qué voy a encontrar. Tampoco me interesa. Porque esto se asemeja más a un acto litúrgico, a una peregrinación, que a un rato de entretenimiento. Voy a saldar una deuda conmigo y con mi vida. Como los que peregrinan a Graceland para rendir tributo a Elvis en su tumba, porque saben que Elvis fue más que Elvis (altamente recomendable la canción de Paul Simon, «Graceland» para entender esto). De esa misma forma, uno -yo- va a ver a Bob Dylan. Sospechando y sabiendo que muy posiblemente será la primera y útima. Y porque a alguien que ha hecho tanto por uno -yo- a lo largo de décadas, lo menos que se le puede decir es «gracias». Y a lo mejor voy por eso. Y por eso no me importa lo que vaya a pasar arriba del escenario. Tengo toda la música de Bob Dylan. Toda. Incluyendo conciertos legendarios. A lo único que voy es a verlo, a convencerme de que el mito es humano, que cuarenta y siete años de leyenda son reales, que la persona que inspiró a millones de seres humanos cabe detrás de una guitarra como la mía. Y a decirle «hola», «adios» y «gracias». Nada menos, nada más. Sin más que juzgar, sin más nada que analizar ni preguntar. Porque todas las respuestas están, desde hace mucho tiempo, soplando en el viento.

( mañana, la crónica del concierto, que en todo caso, será lo menos importante del asunto).

Mariano

Foto: El Papa Juan Pablo II saludando a su Jefe (1997)

Dígale NO a la piratería…

•diciembre 14, 2007 • Deja un comentario

… concretamente, a la piratería de las disqueras que se apropian del talento y del criterio para decidir prácticas de mercadeo completamente arbitrarias y estúpidas, como la de editar conciertos en DVD por la mitad, reservándose las canciones que se quedan afuera a su antojo y albedrío. Y prometiendo «ediciones especiales», obviamente mucho más caras, que por todo «bonus», obsequian las canciones faltantes, como si nos estuvieran haciendo un favor, y que para colmo, a dos semanas de la fecha prometida de edición, no aparecen por ningún lado. Me refiero en este caso concreto, al lanzamiento de una de las producciones en directo más esperada del año (junto con la de los Héroes del Silencio, que oh casualidad, va a ser mercadeada de la misma forma): «Dos Pájaros de un Tiro», del binomio indestructible, Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina. Presas de un valemadrismo que ya se hizo costumbre, Sony / BMG, las dos disqueras más importantes del mundo (no se podrán levantar cargos por asociación ilícita o cuando menos, inmoral?) anunciaron con bombos y platillos la edición de ese monumento musical para el 4 de diciembre. Parece que en Argentina y España cumplieron (si alguno bloggernauta pudiera en un coment confirmarme o desmentirme, lo agradeceré mucho), pero en México tuvieron que pasar diez días para que la edición «barata» apareciera. Y de la «especial», nadie sabe nada, porque ni siquiera son capaces de informar a las tiendas, que obviamente cargan con el peso de responder a los impacientes clientes. Claro, no tener en fecha un dvd o un disco no supone o debería suponer una crisis para nadie, pero ofende el irrespeto de siempre con el que se manejan. Sobre todo cuando se toman el atrevimiento de calificar desde una plataforma ética de dudosa congruencia, los antivalores éticos de la piratería. Y dejan un ligero tufo a «avivada» cuando nos hacen suponer que quieren vender el paquete doble, porque obviamente compré la barata, y más obviamente compraré la caja cuando aparezca. Y sonreirán felices, porque sí, me habrán jodido. Y no se vale. Seguir leyendo ‘Dígale NO a la piratería…’

Fiesta

•noviembre 1, 2007 • 2 comentarios

Era de noche y era sábado. Como debe de ser. Porque ese es el día y el momento de la fiesta, que arriba en mi pueblo nunca llega, por lo que hubo que trasladarse hasta el Paseo de la Reforma, arteria principal de la urbe más grande del mundo –dicen-. Y así, sorteando el tráfico, o uniéndonos a él –por aquello de que si no puedes con tu enemigo… – llegamos Laura y yo al Auditorio Nacional de la ciudad de México. El ambiente no podía ser mejor. La expectativa de los miles que esperábamos entrar era evidente. Y es que, como en una especie de deja-vu al revés, saboreábamos de antemano los momentos por venir, de tal forma que en esa explanada enorme convivíamos nobles y villanos, prohombres y gusanos, listos para asistir a una misa colectiva en donde Dios y el Diablo convivirían por un rato, para librarnos de todo mal y de todo bien, hasta que el corazón aguantara.

Serrat y Sabina. Sabina y Serrat. El orden de los factores no altera el producto. Y el producto, en este caso, no necesitaba más garantía que la intención, la memoria, el estado de ser pertinente y voluntarioso para someterse al ritual de tanta magia, de tanto oficio, de tanta música pasada y presente.

A las ocho y cuarto los gigantes ocuparon el escenario, que puntualmente se pobló de lilas, rosas y amarillos y la fiesta comenzó. Canciones imbatibles, legendarias, repletas de una esencia tan difícil de encontrar hoy en la estúpida lírica FM, como entrañables para la memoria de quienes, como yo, vamos pisando los cuarenta y traemos en el alma el soundtrack inevitable de la música de Sabina y de Serrat. Y, claro, ahí estaban los dos pájaros arropando esas viejas y no tan viejas canciones, con la colaboración de una banda ajustada a la ocasión, y liderada por otra leyenda: el maestro Ricard Miralles, brazo musical armado de Serrat desde las épocas de gloria de los sesenta y setentas, forjador también él de su propia leyenda. Y en el otro rincón, el leal escudero histórico de Joaquín, Antonio García de Diego. Faltó Pancho Varona, tercer pilar de la estructura Sabina, y que se tuvo que bajar de la gira, aparentemente por motivos de salud.

Y así la fiesta marchaba, entre música de gloria y diálogos imperdibles (que no quemaré por respeto a aquellos que tengan previsto verlos o disfrutar del DVD conmemorativo de la gira que saldrá en breve). Humor y reflexiones, inteligencia y experiencia, madurez y sensibilidad. Y por sobre todo, un monumental “background” de talento y de calidad –y calidez- interpretativa que acabaron haciendo de este, “mi” concierto. Y aclaro que he estado en unas cuantas docenas a lo largo de mi melómana vida. Pero definitivamente, pongo éste junto al de otro de mis referentes mayores, Eric Clapton, en una noche lluviosa de primavera en Buenos Aires, allá por el año 1990.

Pero por si todo esto fuera poco, antes de poner en coma a mi ya de por sí conmovido corazón, previo a entonar una versión maravillosa de “Contigo”, el tándem anunció (y le dedicó el concierto) a Gabriel García Márquez, presente en el Auditorio junto a su esposa Mercedes, a escasos treinta metros de donde nosotros estábamos. Y fue el acabose. Diez mil personas ovacionando al Gabo, y mi sensación de gloria personal al estar en un mismo recinto, a no nomás de cincuenta metros en total de Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina y Gabriel García Márquez, a conciencia que aquello era –es- demasiado regalo para este feligrés de esa música y esas letras asesinas con que estos tres héroes de mi vida han ido empapelando mi alma desde estas casi cuatro décadas que llevo dando batalla en este universo tan falto de Macondos. Y sabiendo que nadie me quitará el honor de contarle a mis hijos, a mis nietos, y a todo el que se me cruce que sí, que esa noche yo estuve ahí y que por un buen rato fui muy, pero muy feliz.

Todo lo que siguió fue un bonus track larguísimo, que completó dos horas y medias de magia, de alegría, de nostalgia. La última media hora fue con todo el Auditorio Nacional de pie, respetando el protocolo que indica que los himnos se deben escuchar así: Penélope, Lucía, Fiesta, Y Nos Dieron Las Diez (puntualmente a las diez), La Del Pirata Cojo, Para La Libertad (“… y aún tengo la vida…), Cantares…

¿Qué más se podía pedir?

Y como dieron las diez, casi… casi dieron las once. Faltaban quince minutos cuando volvió el pobre a su pobreza, el rico a su pobreza y el señor cura a sus misas… para que se bajara el imaginario telón y se acabara la fiesta. Todo estaba dicho, todo había sido cantado. El aplauso final fue un larguísimo “Gracias” que fue tan sincero como insuficiente, porque ese 27 de octubre –sábado y noche, como debe ser- los pájaros le tiraron a las escopetas y nos dejaron un disparo de vida y emociones injertado para siempre en el corazón…

 

Mariano

Bono… ¿Caballero «Jedi» o simple «Sota de Bastos»?

•abril 2, 2007 • 3 comentarios

«I can’t believe the news today…» (*)

Yo me pregunto… ¿con que cara pisará un escenario Bono a partir de ahora para cantar «Sunday Bloody Sunday» luego de haber sido nombrado «Caballero del Imperio Británico» y por lo tanto, soldado honorario y siervo -en todo el sentido de la palabra, incluso el menos feliz que se nos venga a la mente- de la mismísima Reina que mando reprimir y masacrar a más de una docena de sus connacionales irlandeses en aquella espantosa tarde del ’72 en Derry, Irlanda del Norte? Y por supuesto y por si hubiera hecho falta, esta patética distinción termina de responder a aquellos que se preguntan por ahí el por qué Bono jamás se manifestó abierta y enérgicamente contra la guerra en Irak. La respuesta, ahora más que nunca, es obvia: simple y sencillamente se trataba de hacer buena letra para ganarse su estrellita «jedi» en la frente, lo cual incluye –of cors- no ofender al que las reparte, incluido el tío Sam -de la mano del más idiota de sus sobrinos, inquilino titular de la Casa Blanca, hijo y cómplice del mentor del ahora fustigado Bin Laden y del ahorcado Hussein-. Porque Bono no solamente no condenó ninguna intervención militar de los Estados Unidos en toda parte del globo donde las hubo -para no hablar de las intervenciones políticas y económicas, más sutiles, pero igualmente devastadoras-. No. No solamente miró para otro lado, sino que fue a comer con el buen George a su mismísima guarida, ¡y hasta le regaló un iPod! -eso si, repleto de canciones de los Beatles, buen punto… lastima por la memoria de John Lennon, que jamás se hubiera sentado a esa mesa y además, le hubiera escupido la cara como hizo con Nixon -mentor de los Bush y satrapa mayor de la década del ’70- a través de discos, conciertos y manifestaciones, lo que le costo años de persecución; igual que cuando regresó la condecoración y también nombramiento de Miembro del Imperio Británico que la misma Reina -¡la misma, por Dios, esa señora nos va a enterrar a todos!- le confirió a Los Beatles por bien portados -antes que se desmadraran y le mentaran la ídem a medio mundo, incluyendo a la propia Realeza y a algunos de sus más celebres súbditos, como el prócer Sir Walter Raleigh-. Seguir leyendo ‘Bono… ¿Caballero «Jedi» o simple «Sota de Bastos»?’

100X40 – Homenaje a Gabriel García Márquez

•marzo 26, 2007 • 2 comentarios

 

Discurso de Gabriel García Márquez pronunciado este lunes 26 de marzo en el acto de homenaje con que se inauguró el IV Congreso de la Lengua Española y en ocasión de la edición conmemorativa de los cuarenta años de publicación de «Cien Años de Soledad».

»Ni en el más delirante de mis sueños en los días en que escribía ‘Cien años de soledad’ llegué a imaginar en asistir a este acto para sustentar la edición de un millón de ejemplares. Pensar que un millón de personas pudieran leer algo escrito en la soledad de mi cuarto con 28 letras del alfabeto y dos dedos como todo arsenal parecería a todas luces una locura. Hoy las academias de la lengua lo hacen con un gesto hacia una novela que ha pasado ante los ojos de cincuenta veces un millón de lectores y ante un artesano insomne como yo, que no sale de su sorpresa por todo lo que le ha sucedido pero no se trata de un reconocimiento a un escritor. Este milagro es la demostración irrefutable de que hay una cantidad enorme de personas dispuestas a leer historias en lengua castellana, y por lo tanto un millón de ejemplares de ‘Cien años de soledad’ no son un millón de homenajes a un escritor que hoy recibe sonrojado el primer libro de este tiraje descomunal. Es la demostración de que hay lectores en lengua castellana hambrientos de este alimento. Seguir leyendo ‘100X40 – Homenaje a Gabriel García Márquez’

Más Sobre Escaleras

•marzo 21, 2007 • 5 comentarios

Tres magníficos minutos de audio: Julio Cortázar de propia voz reinventando peldaños, recreando mundos. Para reir, para pensar, para soñar. Para volver a ver la misma escalera con nuevos ojos y la inocencia intacta. Una vez más… y todas las veces…
Honor al Gran Cronopio.
Salud !

Mariano

Pensamientos Inútiles

•marzo 21, 2007 • Deja un comentario

EL ELEVADOR

Al ser alguien que se distrae por cualquier cosa y que suele fijarse en todo lo que sea estúpido y cotidiano, me llama la atención descubrir, después de varios años de haber observado la misma conducta, que el noventa por ciento de las personas, cuando esperan un elevador, se impacienta después de cinco o diez segundos y al ver que el mismo no llega, pica una y otra vez el botón de su destino. Tal vez consideran que el elevador tiene algún tipo de mecanismo que lo hará «pensar»: «Vaya, la persona del quinto piso realmente tiene prisa; me apresuraré a subir por ella».

 

EN LO QUE A SEGURIDAD SE REFIERE…

Encontrar situaciones estúpidas en un estacionamiento no cuesta mucho trabajo. Está el típico conductor que deja las luces intermitentes encendidas o el que se estaciona en dos carriles. Pero lo mejor es encontrarse con una persona que cuenta con ese mecanismo de alta tecnología que es el botón de alarma en el llavero y apenas sale de su coche, lo pica dos o tres veces. Lo que pasa por su cabeza es: «Al picarle varias veces, triplico la seguridad de mi coche y no seré víctima de un robo».

 

MANOS LIBRES

Hace ya algunos años, se le ocurrió a la industria telefónica inventar un mecanismo para el celular llamado «manos libres». Este consiste en un cable que se conecta al teléfono y un audífono que te permite tener, pues, las manos libres mientras hablas. Aún así, existen individuos que lo utilizan de manera poco práctica. Ya está todo conectado, ya están libres, pero agarran el cable con una mano y se lo acercan a la boca poniéndole fin a su libertad. Entiendo:es obvio creer que si inventaron ese mecanismo es para que pienses que ahora tienes que hablarle al cable y no al teléfono.

Sofía Niño de Rivera
Estupideces Cotidianas
IDIOTECA
Revista La Mosca, Número 114, Marzo de 2007

Joaquín Sabina: La Historia de «Ruido»

•marzo 7, 2007 • 1 comentario

«Quiero contar una cosa que siempre tengo la sensación de que se pierde. He dado muchos conciertos presentando así una canción. Lo que quiero contar es una mezcla entre lo que uno toma prestado, lo que uno roba y lo que uno añade. Todo a favor del espectáculo, claro. Es decir, yo tengo una canción que se llama “Ruido” que siempre presento con un chiste de Woody Allen que nadie sabe que es de Woody Allen: “Mis padres vivían encima de una discoteca y todas las noches se quejaban los de la discoteca.” Esa es mi segunda presentación favorita. La primera está robada de Bernard Shaw, y empieza así: “George Bernard Shaw… Sí, el de ‘Pigmalión’, el de ‘My Fair Lady’… No, no se sientan ustedes inferiores por no haberlo leído, porque yo voy a contar una anécdota pero tampoco lo he leído…” y cuento una anécdota real, o que al menos él aseguraba que lo era: estaba George cenando con una marquesa, en una cena de la alta sociedad victoriana, y le preguntó: “Milady –estaban haciendo bromas de sociedad- , ¿se acostaría usted con alguien por diez millones de dólares?”, y milady contestó: “Por diez millones de dólares me lo pensaría seriamente.” Entonces Bernard Shaw añadió en el acto: “Le doy dos dólares.” La marquesa, escandalizada, gritó: “¡Por quién me toma!”, y Bernard Shaw sentenció: “Eso ya ha quedado claro. Ahora vamos a discutir el precio.” Bueno, pues después de eso yo digo –porque ahí no ha acabado la presentación de mi canción-: “El otro día fui con mi amiga Maite a ver la película de Robert Redford ‘Una proposición indecente’, y nada más salir del cine le pregunté: “Oye, Maite, ¿tú te acostarías con Robert Redford por un millón de dólares?”, y mi amiga Maite me respondió: “Si los tuviera…”, y a continuación comenzaba la canción, que ya no recuerdo cuál es… Seguir leyendo ‘Joaquín Sabina: La Historia de «Ruido»’

Alegría del Cronopio

•marzo 7, 2007 • Deja un comentario

Encuentro de un cronopio y un fama en la liquidación de la tienda La Mondiale.
-Buenas tardes, fama. Tregua catala espera. -Cronopio cronopio? -Cronopio cronopio. -Hilo? -Dos, pero uno azul.
El fama considera al cronopio. Nunca hablará hasta no saber que sus palabras son las que convienen, temeroso de que las esperanzas siempre alertas no se deslicen en el aire, esos microbios relucientes, y por una palabra equivocada invadan el corazón bondadoso del cronopio.
-Afuera llueve- dice el cronopio. Todo el cielo. -No te preocupes- dice el fama. Iremos en mi automóvil. Para proteger los hilos.
Y mira el aire, pero no ve ninguna esperanza, y suspira satisfecho. Además le gusta observar la conmovedora alegría del cronopio, que sostiene contra su pecho los hilos -uno azul- y espera ansioso que el fama lo invite a subir a su automóvil.

Julio Cortázar
Historias de Cronopios y Famas

 

80 años de libertad

•marzo 6, 2007 • Deja un comentario

Gabriel García Márquez

¡FELIZ CUMPLEAÑOS, GABO!

Cold Play Or Hot Play? (…that is the question…)

•febrero 25, 2007 • 11 comentarios

Resulta que el front-man de Coldplay, Chris Martin llegó con su banda a Sudamérica esperando dosis de devoción hacia su persona similares a las que recibe su imitado número 1, el mismísimo Bono. Y que no. Que tanto la prensa chilena como la argentina le entraron con los tapones de punta, justo a él, tan bueno. Y que va y hace su berrinche abandonando una conferencia de prensa, molesto con las preguntas, algunas de ellas antológicas -“¿en serio sos tan bueno?”-. El caso es que aún cuando Coldplay, hace apenas cuatro años, prometía ser “la próxima gran cosa”, hoy por hoy lo que la banda siembra por ahí, es un sabor a nada -como dice el bolero- o cuando menos, a poco. El «A Rush of Blood to the Head» del 2002 es un gran disco. Cuando lo escuché creí que estaba frente a esa «próxima gran cosa». Luego recordé que eran los mismos de «Yellow» -de su disco anterior, el debutante «Parachutes», del 2000-. Y entonces asumí que esa balada no había sido el típico gol desde media cancha, fruto de una inspiración crisálida de media hora -como casi todas las buenas, fortuitas y únicas canciones que sobreviven largamente a sus creadores y que les permiten vivir de las regalías como complemento del sueldo de empleados de disqueras, vendedores de seguros, estrellas fugaz, decadente y patéticamente resucitadas en «The Surreal Life» con el que se acaban jubilando -¿alguien vio el «Band Reunited» de VH1? Ver para creer-. Y en ese momento, pese al evidente guiño U2niano con que Chris Martin intentaba, cual cruzado, recuperar para sí el viejo sonido de los irlandeses seduciendo a los fans de la primera época con el sonido de piano de «I Will Follow», Coldplay estaba insinuando cosas importantes. Hasta recuerdo haber leído por ahí alguna crítica en donde se decía que Coldplay se había animado a hacer lo que Pink Floyd no pudo o no quiso: crear un buen sonido, hacer grandes canciones… pero sin tanta solemnidad. Cinco años después, la exageración se revela, en términos futbolísticos, como una jugada en posición adelantada grosera y harto evidente. Nunca fue para tanto, pero sin dudas, aquel fue -y es- un gran disco. Seguir leyendo ‘Cold Play Or Hot Play? (…that is the question…)’

Una sombra ya pronto… ¿seremos?

•febrero 25, 2007 • Deja un comentario

Se suponía que el fin de este hermoso planeta azul iba a ser obra de extraterrestes ociosos, ávidos de agua, necesitados de humanos para abducirlos, vacas y especies locales varias a quien chuparles la sangre y vaciarlas de visceras, o con ganas de que Will Smith les arruine el fin de semana (y el viaje de regreso a casa, de paso) como en «Independence Day». Durante todo el siglo XX, y en especial, después de Roswell, todo mundo volteó la vista hacia el cielo pensando que el apocalipsis vendría montado en ovnis de distinto tipo y métodos de propulsión. Luego se nos dio por pensar que no, que el último capítulo del libro más famoso del mundo sería recreado por la furia del átomo conjugado con la torpeza, intolerancia y -¿por qué no?- estupidez humana, puesta a jugar con cosas que no tienen repuesto en el afán de imponer ideologías que se autodemostraron y autodemuestran, tan inútiles como incompletas. Y tampoco. No fue por ahí. Luego, la psicosis colectiva le echó la culpa a Bruce Willis… porque luego de «Armageddon» (la película), empezaron a aparecer meteoritos por todos lados, y todos apuntaban hacia aquí. Y allí fue la NASA a practicar tiro al blanco con un pedazo de piedra interestelar, al que le hicieron un hoyote del tamaño del Estadio Azteca, según dijeron, para ver de qué estaba hecho el Universo -como si este propio planeta no tuviera en sus entrañas esa información, en fin-. Pero obviamente, todo mundo sabe que lo que se está cocinando es una cacería de asteroides potencialmente peligrosos y del que -según se dice- tendremos por aquí en uno años -en el 2030- a un representante inquietante que -también se dice- no nos va a pegar, pero que igual nos pone así de nerviosos.

Y mientras seguimos echándole la culpa a los marcianos, a los meteoritos, al átomo descontrolado -por el hombre, diría yo-, a la Biblia, a los mayas y sus profecías o a todo lo que el imaginario colectivo, científico, intelectual o religioso invente… resulta ser que el planeta ya está entrando a terapia intensiva, y sin necesidad de que extraterreste o piedra gigante alguna estén poniendo de su parte.

Porque si de pruebas se trata, lo concreto, real y medible, es que el planeta Tierra está colapsando por causas mucho más cercanas y domésticas que las enumeradas. Y resulta ser -también- que la culpa no la tiene nada ni nadie de afuera. El modelo más evolucionado del ser humano, producto de miles de año de ¿evolución?, y hacedor de maravillas científicas y tecnológicas impensadas hace apenas cien años, es el responsable de la devastación climática que hoy por hoy sacude al planeta, merced a la contaminación descontrolada que día con día se produce en todo el globo y que está ocasionando cambios climáticos inauditos hace apenas unos pocos años atrás. Los pronósticos son demoledores (ver informes y estudios de las Naciones Unidas) por donde se los quiera ver, y del propio ser humano depende utilizar toda la tecnología conocida y por conocer en pos de parar esto antes de que sea demasiado tarde -aún cuando todo parece indicar que ya hace algún tiempo cruzamos ese umbral.

Al Gore no descubrió la ecología. Es más, como vicepresidente de la Gran Nación Contaminadora del Mundo, posiblemente haya sido cómplice en más de una oportunidad de aquellos que lucraban y lucran con prácticas contaminantes. Pero como dice Bob Dylan, «… the times they are a’changing…» y ahora ser ecologista es políticamente correcto y los activistas de Greenpeace ya no son «tan» visto como ecoguerrilleros, y es «in» afiliarse a la causa y cooperar con los diez dólares que nos permitirán lucir el bonito pin, siendo que hace menos de diez años todos -empezando por las propias estructuras políticas y de gobierno- les ponían precio a su cabeza y les volaban cobardemente sus barcos. Hoy el asunto es distinto. Las cumbres presidenciales ponen en el tema como prioritario en las agendas y todos lucen exhibicionistamente preocupados. Y el propio Al Gore ahora es el gurú de la causa. No me interesa analizar las intenciones verdaderas del señor Gore (luego, con ese apellido), pero el asunto es tan preocupante, que cualquier cosa que ayude a difundir los alcances del problema para crear un nuevo y mejor nivel de conciencia entre la gente, aporta. En el caso del ex vicepresidente estadounidense, lo que viene a sumar (y con gran impacto mercadológico, lo que por tratarse de una causa como esto, es bueno), es la película que ha producido y que trata del cambio climático y sus consecuencias.

Más que comentarla, me pareció mejor propiciar el que se vea, y por lo tanto, dejo aquí el enlace directo a la película (doblada al español). WordPress no permite «pegar» videos como YouTube, por eso no queda de otra que poner un link. En este caso, el link es el poster promocional del film…

Sería ingenuo suponer que una película pueda salvar al mundo, pero si al menos ayuda para crear una conciencia colectiva que ayude a revertir las cosas, ahora que todavía se puede, creo que habrá valido la pena.

Mariano

(click en el poster para ver la película completa doblada al español)

«When I’m 64…»

•febrero 25, 2007 • 7 comentarios

Hoy, 25 de febrero, el “quiet beatle” George Harrison cumpliría 64 de vida, y aunque siempre fue alguien que hizo del perfil bajo y la mesura mediática una obsesión, no es posible dejar pasar la fecha y la oportunidad para recordarlo y celebrarlo. Cuando se cumplió el primer aniversario de su fallecimiento, acaecido el 30 de noviembre de 2001, escribí un resumen muy personal de lo que conocí como beatlemaníaco de la vida del buen George, y hoy se me hace oportuno rescatar esos párrafos para celebrar su cumpleaños, como seguramente muchos lo están celebrando, porque sin dudas, la vida de alguien que sin quererlo y sin saberlo, hizo tanto por las nuestras propias vidas (o al menos por la mía), merece ser festejada. Este y todos los años.

Mariano

 

 

 

RECORDANDO A GEORGE HARRISON

El buen George Harrison vivió la mayor parte de su vida cargando dos cruces que con el tiempo aprendió a sobrellevar dignamente: por un lado, la de ser un beatle. Siempre detestó esa condición, aún durante los años de apogeo del cuarteto. Las fans del grupo, que ya tenían como costumbre acampar en la puerta de los legendarios estudios de Abbey Road sólo para ver llegar o irse a los Fab al cabo de las sesiones de grabación, lo recuerdan como el más antipático de los cuatro, cuando no abiertamente grosero. Alguna vez supo apartar a puntapiés a alguna de ellas que se había dormido en los escalones de la entrada del edificio, molestándole el paso. Para él, ser un «beatle» era poco menos que un insulto. Detestaba a todas esas ‘viejas chismosas’. Como detestaba la publicidad y el no tener una vida privada. Odiaba con toda su alma a las legiones de periodistas que le seguían el paso las veinticuatro horas por día; a los «tours» de cacerías alrededor del mundo que las agencias noticiosas organizaban -ofeciendo inclusive recompensas a los que pudieran aportar datos fehacientes o pistas- para localizarlo en sus vacaciones; odiaba el tener que disfrazarse para poder ir a un restaurant o simplemente para vivir al menos con un poco de relativa paz. Ser el «beatle George» –sentía- lo convertía en un personaje de historieta, casi. Un objeto público sobre el que ya no tenía derechos de propiedad; algo ajeno a su condición humana y a los valores espirituales que allá por el ’65 comenzó a abrazar y que con el correr del tiempo se convertirían en su credo, en su filosofía de vida. Seguir leyendo ‘«When I’m 64…»’

THE WHITE ALBUM – El Disco Negro De Los Beatles

•febrero 15, 2007 • 8 comentarios

A comienzos de 1968 regresando de la India, la banda más importante del mundo ya había dejado de ser la primera de las dos cosas: una banda. La utopia del Maharishi había sido apenas eso, pero también había sacado a la luz de los propios Fab sus propias inconsistencias y frustraciones. Este escenario llevo a los cuatro músicos a replegarse hacia un individualismo que en lo musical dio paso a su obra más dispar, más irregular y por ende, menos beatle de toda su discografia. THE BEATLES, universalmente conocido como el Album Blanco se convirtió en un proceso de catársis y desenfreno musical perpetrado por cuatro músicos decididos a encontrar una identidad propia y a romper el corsét con que la beatlemanía los tenía aprisionados durante los últimos seis años. Con esta nueva actitud llegaron los músicos a Abbey Road, para encontrarse con un George Martin ansioso de enfocarse en el nuevo disco, pero a quien poco ánimo le quedó de trabajar cuando Lennon/McCartney, esta vez por separado, le mostraron una gran cantidad de canciones que en conjunto superaban las cincuenta y que además se alejaban de todo lo establecido en cuanto a estilo, al menos considerando la obra previa de la banda. Eran decenas de temas, muchos de ellos incompletos y compuestos en el ashram del Maharishi en la India y que evidenciaban la falta de un trabajo conjunto y en donde prevalecía lo mejor y lo peor de cada músico, sin el balance que la otra mitad de la dupla proporcionaba en las no tan antañas colaboraciones mutuas. Sumado a esto, Martin se encontró con la negativa de los músicos a reducir la cantidad de canciones que conformarían el ‘track list’ definitivo. El productor deseaba redondear un album de catorce temas teniendo como modelo el que muchos consideran como el mejor disco de Los Beatles: “Revolver”. La idea no era mala pero significaba alterar el principio de experimentación que Los Beatles sostenían desde los tiempos de ‘Help’. Y no era esa tampoco la idea que los músicos tenían. Acababan de estrenar su sello propio (Apple) con uno de los singles más vendidos de todos los tiempos (“Hey Jude”) y eso les daba crédito moral y financiero para subir la apuesta o en todo caso, para hacer lo que les viniera en gana. Y eso hicieron: THE BEATLES terminó siendo un doble LP de treinta canciones y más de una hora y media de duración, cuando el estandard para un disco de rock en aquellos años era de poco más de treinta minutos sumadas las dos caras. Pero más allá de la cantidad de temas incluidos en la obra, lo impactante del disco radicaba en la diversidad abrumadora de estilos musicales que abarcaba. McCartney produjo rock clásico en “Back In The USSR” y “Birthday”, influenciado por las armonías vocales de los Beach Boys, de quien era fan declarado. Desde ahí, Paul retrocedía al minimalismo absoluto en “Why Don’t We Do It In The Road”, pero regresaba a un plano de canción más convencional rememorando los números cursis de vodevil que tanto le fascinaban y que heredó de su padre en “Martha My Dear” y “Honey Pie”. Seguir leyendo ‘THE WHITE ALBUM – El Disco Negro De Los Beatles’

Soyinka, Premio Nobel: «Internet es un monstruo»

•febrero 15, 2007 • Deja un comentario

El escritor nigeriano, galardonado en 1986, pidió que aquellos que hacen las leyes, se centren en que la Red sea utilizada con buenos fines y destacó «la capacidad que tiene Internet de esparcir el odio». Internet es «un gran monstruo» que ofrece muy buenas posibilidades para hacer el bien y a la vez es una «gran amenaza» para el ser humano.
Esta fue la opinión del escritor nigeriano Wole Soyinka, Premio Nobelde Literatura en 1986, y uno de los invitados especiales a la XVI edición de la Feria Internacional del Libro de Cuba. El poeta, dramaturgo y novelista mantuvo que sería capaz de premiar con un Nobel al creador de Internet y luego «lo colgaría, porque esa persona -aunque es muy inteligente, un genio- ha creado un gran monstruo».
«Todos los políticos, los intelectuales, aquellos que hacen las leyes deben de estar centrados en cómo utilizar Internet para los buenos fines de la Humanidad», afirmó. «La capacidad que tiene Internet de esparcir el odio es inmensa y solamente con cerrar los ojos está esa información esparcida, este creo que es un reto», subrayó. En la producción literaria de Soyinka destacan las obras «La danza del bosque» (1960), «El hombre ha muerto» (1972), «Réquiem por un futurólogo» (1985). El novelista africano durante su conferencia en la XVI Feria Internacional del Libro, en Cuba. (EFE)

«Clarín» de Buenos Aires, 15 de febrero de 2007

 

 

Otra muestra de que el Premio Nobel hoy por hoy se lo dan a cualquiera. Y pensar que Rudyard Kapuscinski se murió sin que se lo otorgaran (igual que tantos otros, al extremo de que posiblemente la lista de grandes escritores que dejaron este mundo sin haber recibido el premio ya va superando a los que sí fueron congraciados por los herederos del señor Nobel). Lo de Soyinka es patético desde todo punto de vista, porque de acuerdo a su teoría, entonces habría que abolir cualquier cosa que surja de la libre elección del ser humano -individuo o colecivo-, por el hecho de también tener la capacidad de provocar consecuencias negativas. Todo lo que el hombre produce tiene la capacidad para hacer el bien o para hacer el mal, desde un arma (para defenderse o para agredir), hasta una bacteria (para curar o para matar), pasando por un sistema político (democracias que promovieron un Hitler ú otras que acabaron con él). Todo, en definitiva conlleva las consecuencias de lo que el ser humano decida hacer con ello. Y más patético aún, el señor expone la capacidad de internet para promover el odio, lo que seguramente odia, ya que sin la más mínima dosis de pudor, al mismo tiempo manifiesta que habría que «colgar» al creador de la Red. Se ve que se la pasa conectado todo el día, porque ya se le pegó el vicio de odiar. Todo un virtuoso de la congruencia.

Mariano

Grammys 2007: Peor que American Idol

•febrero 12, 2007 • Deja un comentario

Absolutamente de pena la última entrega de los cada vez más decadentes premios Grammys. Lo único rescatable, dentro de la pobrísima transmisión televisiva, fue la intro, con la promocionada reunión de The Police, y el cierre, con los premiados Red Hot Chilli Peppers, aún cuando «Dani California», la canción de proa de su último y también premiado disco «Stadium Arcadium» no le hace justicia al estilo funky agresivo del grupo, por lo que la actuación del grupo quedó un tanto deslucida considerando lo que pueden hacer los Peppers en vivo. Volviendo a Police, aún cuando a alguna gente no le gustó la probada que nos dieron con «Roxanne», resultó impecable lo que la banda hizo, pensando que llevan veintitres años sin la gimnasia cotidiana de ensayos y presentaciones. El giro «dubby» que le impusieron a la canción fue acertado e innovador y no alteró la esencia de la canción. Sí creo que Andy Summers podría haberse lucido un poco más en la guitarra, ya que la canción da espacios para eso. Habrá que estar atento a la próxima gira de reunión, que seguramente le heredará a los fans el correspondiente disco y dvd en vivo. Volviendo a los Grammys, los premios en sí no hacen justicia a un año 2006 en donde hubo -más allá de gustos- algunos trabajos importantes y notables. Las grandes ganadoras resultaron las texanas de Dixie Chicks, producto típicamente yanqui que jamás podrá siquiera pretender resonancia internacional alguna, de ahí que muchos se preguntaran con justa razón «¿y estas quienes son?». Lo preocupante, lo que sigue aportando elementos para comprobar la decadencia de los premios Grammys, es que si uno toma como referencia, por ejemplo, la más respetable página de «reviews» de discos, Metacritic.com -que recopila las crónicas y calificaciones de los principales medios que se ocupan de la industria del disco- verá que el ahora premiadísimo disco de las Chicks -«Taking The Long Way»- aparece con una discreta calificación promedio de 72 puntos sobre 100, teniendo por arriba un lote enorme de obras producidas durante el 2006 y que para la Academia ni siquiera merecieron atención alguna (Tom Waits, Ali Farka, TV On The Radio, Beatles, Yo La Tengo, Arctic Monkeys, Donald Fagen y un larguísimo etcétera). Y algún que otro caso que roza lo ridículo, como en el caso de Bob Dylan, con un disco que para muchos (incluyendo Metacritic) fue EL disco del año -«Modern Times»- y que para la Academia apenas significó dos premios: mejor disco folk (¿realmente lo habrán escuchado? ¿qué tiene de folk ese disco?) y -en el colmo de la incoherencia- mejor interpretación rock, en un disco premiado como el mejor «folk». Volviendo a las Chicks y siguiendo con el resumen de Metacritic, de las treinta publicaciones más importantes, sólo cuatro las consideraron en su top 10 del año y de esas cuatro, una sola la puso en el 1. Pero bueno, parece, según los medios, que se trató de un acto de reivindicación, ya que las pobres tuvieron que padecer el más grosero oscurantismo de la era Bush al decir hace tres años que les daba verguenza que el ex socio de Bin Laden haya nacido en Texas, al igual que ellas, lo que les valió la hoguera pública patriotera que ahora hipócritamente (con los medios a la cabeza, al igual que en la ocasión anterior) las considera heroínas que se animaron a enfrentar la idiotez de la guerra de Irak. Pero bueno, si se trata de darle un Grammy a cada persona que le mienta y le ha mentado la madre a Bush, a ver de dónde sale tanto bronce.
El resto de la ceremonia se mantuvo dentro de esos pobres niveles. Christina Aguilera con su look retro gritando como nunca para demostrale quién sabe qué a quién sabe quién; Shakira insistiendo por enésima vez con que sus caderas no mienten (y como que ya se le fue el chiste, no ha dejado de repetir el numerito en todas las entregas de premios durante los últimos nueve o diez meses); Tony Bennett y Stevie Wonder, más allá del bien y del mal los dos, cumpliendo con su canción; y un Justin Timberlake, en lo que quizás fue junto Police y los Chilli Peppers el mejor momento de la noche, interpretando un número casi gospel, a años luz de ese bodrio insoportable que fue su sencillo del año pasado «Sexy Back», y demostrando que quizás -quizás dije- pueda llegar más temprano que tarde a algún lugar importante del panorama musical, en donde la calidad también sea una meta, al margen de los millones de discos vendidos.
A Prince no le alcanzó para nada, pese a su espectacular performance de la semana anterior en el «halftime» del Superbowl, y a Mary J. Blidge le sobró, ya que también cosechó, pese a que al igual que las Chicks (y aún con la ayuda de Bono el año pasado, en el espantoso cover de «One» de U2 que destrozaron a medias), no la conoce nadie fuera de los States.
Conclusión: galardones que fueron excesivamente locales y pobres, concentrados en un puñado de artistas que (con excepcion de los Peppers, también premiados) seguirán siendo ignorados fuera de las fronteras de su país con todo y estatuillas. Una premiación que ya se torna groseramente vasta -ciento ocho categorías es una desmesura, baste decir que «mejor album new Age» fue para Enya y «mejor album reggae» para Ziggy Marley: la pregunta es obvia: ¿quién más podría haberlos ganados? si son los únicos en su género con proyección internacional-. Y para colmo, algunas premios completamente absurdos (tríos ganando en categorías de dúos o lo ya mencionado de Bob Dylan).
En fin, apenas una excusa para ver algo distinto y un par de buenos números musicales un domingo en la noche, cuando no hay nada para ver en la tele. Por suerte, la música de verdad, anda por otros rumbos.

 

Calificación: +++

Lo Mejor: La presentación de The Police

Lo Peor: Los premios y la redundante actuación de Shakira

 

Video: The Police interpretando «Roxanne»